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Cuando la noticia es literatura

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Fidel Castro y Carlos María Gutiérrez en la Sierra Maestra

Recordando a un pionero del Nuevo periodismo.

El libro es de 1967 y la reedición en la Biblioteca Artigas, al cumplirse cincuenta años de la publicación original, quiere reconocerle la condición de clásico uruguayo. Lo es en la doble dimensión del estilo de Carlos María Gutiérrez, y de una época del periodismo que parece irrepetible bajo el impacto de la revolución digital.

En la Sierra Maestra y otros reportajes reúne una decena de crónicas escritas por Gutiérrez en los años cincuenta y sesenta, cuando los diarios y semanarios de Montevideo mediaban la relación de los lectores con las noticias del mundo, y el periodista, convertido en mensajero, podía correr muchas aventuras a riesgo personal o de sus empleadores, notoriamente orgullosos de apostar recursos propios y competir para alcanzar los escenarios más inaccesibles donde se originaba la información. Entonces Gutiérrez tenía una idea narrativa de la noticia, como la tenían García Márquez, Rodolfo Walsh, y más al norte, Truman Capote, Tom Wolfe, Gay Talese, integrantes de lo que dio en llamarse "Nuevo periodismo", como destaca Fernando Butazzoni en el prólogo de esta edición.

Tener una idea narrativa de la información suponía varias premisas que este libro muestra con rotundidad: el periodista es un narrador, como la historia está empezada y continuará cuando la abandone, el reportaje necesita una estructura que tense el relato, y una buena observación vale tanto o más que una declaración enfática. Entonces la concepción del reportaje incluía la crónica de la experiencia, la entrevista, y un minucioso trabajo de investigación. Carlos María Gutiérrez manejaba estas variantes con maestría.

PERONISMO Y CUBA.

En la primera crónica del libro, Perón ha sido derrocado por la revolución Libertadora y Gutiérrez cubre su llegada a Asunción del Paraguay para el diario Acción, en octubre de 1955. El problema es que los oficiales paraguayos mantienen en secreto el aeropuerto de arribo, se suceden los engaños, las esperas, las trampas de Stroessner, y en toda la operación hay una lógica escondida que debe desentrañarse para llegar con el tiempo justo al lugar correcto. Más atractivo aún es el relato de su viaje a entrevistar a los principales dirigentes peronistas que acababan de fugarse del penal de Río Gallegos y cruzar la cordillera, en marzo de 1957. Gutiérrez estaba por tomarse el ómnibus que lo llevaría de vacaciones a La Paloma cuando el director de La Mañana, Carlos Manini Ríos, lo envió al polo austral de Chile, donde los fugados permanecían incomunicados en un buque de la marina. No cuenta cómo consiguió subir al barco fondeado en Punta Arenas, pero escribió un filoso retrato de los fugitivos y un diálogo franco, por momentos ríspido con John William Cooke, referente primordial del ala izquierda del peronismo, Patricio Kelly, fascista que lideró los grupos de choque del gobierno de Perón, el dentista Héctor Cámpora, que luego ocuparía la presidencia de la República, y el financista Jorge Antonio, todos reunidos junto a otros dirigentes sindicales que compartieron la fuga y la jactancia, en un estrecho camarote.

Gutiérrez no simpatizó con el peronismo. Simpatizó con la revolución cubana, desde que entrevistó a Fidel Castro para el diario La Mañana, que publicó el reportaje en dos entregas, el 14 y 18 de marzo de 1958. Entonces Castro llevaba dos años peleando en Sierra Maestra y las células de la guerrilla tenían presencia en las principales ciudades. Pero no era sencillo llegar hasta el comandante de 32 años que organizaba con el Che Guevara la lucha de los campesinos. La aviación bombardeaba las sierras con napalm, la represión era estricta, y estrictos los controles de ambos bandos por garantizarse seguridad. El embajador uruguayo le aconsejó irse, pero "usando la testarudez y la paciencia como únicas virtudes" logró llegar al campamento junto al periodista del Times de Nueva York, Homer Bigart. Entonces Castro no arriesgaba imaginar el destino de Cuba más allá del derrocamiento de Batista, pese a la insistencia con que Gutiérrez le pidió definiciones. En los silencios y modestas promesas del líder guerrillero, la historia ha grabado una lógica de hierro que para todos los actores entonces resultaba desconocida, y podría ser la virtud más notable de este reportaje que aborda desde muchos ángulos la realidad cubana durante el gobierno de Batista y se completa con la crónica de una conferencia de prensa de Castro en La Habana, tres años después, cuando ya ejercía como Primer Ministro.

REGISTRO POLÍTICO.

La condición periodística de Gutiérrez también lo llevó a vivir una semana con Eduardo Víctor Haedo en su casa de Punta del Este, conocida como La Azotea. Durante el verano de 1961 compartió la piscina, paseos por la rambla, reuniones íntimas, y escribió un extenso relato para el quincenario Reporter, en el que luego de recorrer el complejo tejido del Partido Nacional durante los años de Luis Alberto de Herrera, narró la trayectoria y las ambiciones de Haedo por las señas de su vida privada, latentes en su historia de hijo natural de una costurera de Mercedes, por la que tuvo devoción.

Una completa crónica de la realidad boliviana en 1965, luego de compartir muchas horas con los principales actores que se disputaban el poder, y el testimonio de su visita a China al año siguiente, completan el registro político más potente del libro, que también recoge una visita a la casa de Hemingway en La Habana, el día después de su muerte, y un fallido reportaje a Jean Paul Sartre, ejemplos notorios de que los artículos de Gutiérrez abarcaron muchas áreas y aún quedan relevantes trabajos por recuperar.

A diferencia de Homero Alsina Thevenet, que utilizó la tercera persona del castellano para dar una visión personal de la realidad, Carlos María Gutiérrez usó la primera persona del singular para dar información, de modo que aun cuando su posición política es limitada, incluso penosa, como en el reportaje de su visita a China, el dato y la estructura narrativa salvaguardan la virtud profesional.

Gutiérrez visitó China a inicios de 1966, se fascinó hasta el delirio con la pureza de la revolución maoísta y en el reportaje que cierra el libro comparte el resumen de una larga y noctámbula conversación privada con el viceprimer ministro y ministro de Relaciones Exteriores, Chen Yi.

Entonces China acababa de desarrollar su primera bomba atómica, y el señor Chen Yi estaba convencido de que había llegado la hora de ir a la guerra con Estados Unidos. El señor Chen Yi tenía otras ideas inquietantes: la revolución rusa había fracasado por el revisionismo, y los responsables de la desviación ideológica que llevaba a "la degeneración capitalista del socialismo" eran los intelectuales. "El virus de la epidemia está en los intelectuales", dijo, pero eso no sucederá en China: "procuramos eliminar la clase intelectual". Por duro que resulte, el entusiasmo del señor Yi es ahora un curioso testimonio del pasado de la economía más poderosa del planeta. Ojalá también lo fuera del trato a la libertad de disentir, que continúa llevando a prisión a los contagiados por el temible virus detectado en la Revolución Cultural.

EN LA SIERRA MAESTRA Y OTROS REPORTAJES, de Carlos María Gutiérrez. Biblioteca Artigas, 2017. Montevideo, 238 págs.

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