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Vidas paralelas que se juntan

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Archivo El País

Mi mundo privado se llama su obra más reciente, que no es confesión ni memorias, y sí un juego de complicidades con el lector.

Durante muchos años la figura del narrador fue el pasaporte del autor para sellar el pacto de lectura con el lector. No necesariamente podía o debía identificarse a uno con el otro en el cuento y la novela, pero la ortodoxia de los géneros ha ido desplazándose hacia formas más abiertas en busca de caminos que anulan esa distancia sin renunciar a las formas lábiles de la comunicación. En el escenario de las nuevas tendencias, Mi mundo privado, el último libro de Elvio Gandolfo, suma a su reconocida trayectoria en muchos géneros literarios un dominio biográfico que como la mayoría de sus textos se aparta de las formas tradicionales con un tono lúdico y personal, esta vez para dar cuenta de las representaciones mentales que frecuentan su intimidad y dan curso a una dimensión paralela a la vida cotidiana, al grado de superponerse y a menudo presentarse de un modo más sostenido y confiable.

No se trata de una confesión ni de sus memorias, aunque comparezcan secuencias anecdóticas, sino de un juego de complicidades con el lector, de modo que el texto se presenta con un tono especulativo a partir de la revelación provocada por un video de la BBC sobre el vuelo de las mantarrayas gigantes que le envía su hija, disparador de un sentimiento oceánico y voluptuoso que lo reconcilia con nimiedades y misterios de la vida sin más.

El recuerdo de una larga novela que decidió no escribir completa el mecanismo que pone en marcha el relato de los caminos de su imaginación, sus direcciones y preferencias, a espaldas de las obligaciones y con un efecto liberador. La novela, que iba a titular "El día", trataba precisamente de una zona de ruptura entre el mundo y la interioridad, el personaje permanecía ensimismado frente a la partida de su mujer y su hija a las obligaciones diarias, y también a su regreso, pero el sol se mantenía en el mismo sitio, como si el tiempo se hubiese detenido para él. El majestuoso comportamiento de las mantarrayas y la novela inconclusa habrían coincidido en la certeza de habitar un mundo privado, un tanto ajeno a las superficies de la realidad inmediata, pero capaz de enriquecerlas con los ecos más hondos de su intimidad.

DESPLAZAMIENTOS.

Gandolfo está por cumplir setenta años, su curiosidad lectora lo ha conducido por tantas materias que darían forma a una muy completa biblioteca, y tiene sobrada experiencia literaria para ensayar esta narración sin género que capítulo a capítulo anuda asombros del presente y del pasado en las ciudades de Rosario, Montevideo y Buenos Aires, el triángulo geográfico que dibuja su presencia en el Río de la Plata. Nació en Mendoza, pero se crió en Rosario, y habría que sumar un período en Piriápolis para completar las evocaciones de un destino que sin renegar de sus pertenencias ha convertido los desplazamientos en un modo de vivir.

Escenas de la infancia, los viajes, los amigos, las mujeres, la familia, películas, historietas y libros, el recuerdo de algunos acontecimientos históricos, percepciones puntuales que la mente conserva con una tenacidad no exenta de añadidos y énfasis nuevos, recorren las páginas de un libro especialmente atractivo cuando evoca a sus tíos aviadores y consigue convencer al lector de hasta qué grado ciertas impresiones se prolongan en el tiempo y dan forma a un pliegue interior, azaroso e irrenunciable.

"Se había ido preparando una tormenta monumental, y llegó de pronto —recuerda en un capítulo, un episodio de la infancia—. No solo con lluvia sino también con un viento que pasó de uno a cien kilómetros en pocos segundos. A tal punto que uno de mis tíos se dio cuenta de que no nos daba el tiempo para meternos en la casa… Nos metimos todos apretadamente en una mezcla de jeep y camioneta. Éramos por lo menos seis, y hasta ocho o diez sumando niños y adultos. Estábamos entre asustados y entusiasmados, rodeados de tanta carne y sentimientos familiares. El viento siguió aumentando, y después de ver pasar volando algunos objetos que nos parecían inmóviles para siempre en la vida cotidiana, dejamos de hablar, y de reír. En ese silencio no tan perfecto porque estaba el sonido del viento y de las cosas que se rompían afuera, de pronto, como levantado por una mano, el vehículo se alzó en el aire cinco, diez centímetros, y volvió a caer pesadamente. Ahí sí nos asustamos. Hubo un segundo salto hacia arriba y un caer de la masa metálica y humana sobre las cuatro ruedas. Esta vez con un leve desplazamiento en sentido horizontal. Ahí ya supimos que si al viento se le ocurría (ya era para todos un personaje gigantesco, indomable) podíamos volar locamente dentro de la camioneta encerrados como dentro de un huevo".

HAY MÁS.

El anecdotario convive con reflexiones desde una trama interior que se libera de la naturaleza rústica de los hechos para manifestar su dominio y su permanencia. Gandolfo pondera la mente como un espacio abierto, firme en sus itinerarios pero ajeno a la voluntad, a menudo refugio de fantasías y llamado a la fuga, que en una reciente entrevista para un medio argentino definió como su ideología: "Yo defiendo mucho el escapismo, que hoy tiene muy mala prensa, tanto de parte de la religión, como de los comunistas, los peronistas o los macristas. Lo defiendo sobre todo como reacción ante el realismo de 'esto es lo que hay'. Andá a cagar, hay más".

El buen humor, la inteligencia y el tono coloquial sin pretensiones, llevan al lector por un mundo caprichoso, como todo mundo personal, que roza alternativamente el sentido, la alucinación y el delirio, asumidos sin atenuantes como formas legítimas de la intensidad. Se ha propuesto asumir una narración sostenida en el deseo, la creatividad, la ductilidad de una prosa capaz de sumar muchos planos de su vocación literaria, con un aire epifánico que en su trayectoria siempre ha convivido con la ironía, la mordacidad, un modo sinuoso de expresar las experiencias.

Dice Gandolfo en otro capítulo: "Duramos lo que tengamos que durar, o no: ninguno de los dos —ni el tiempo ni la muerte— pueden impedir lo imprevisto, el azar, la ráfaga que nos arrebata en cualquier momento (del tiempo) en cualquier lugar (del espacio)". Con este espíritu está escrito Mi mundo privado, una aventura narrativa sin deudas con los géneros, a su propio aire, que resultó finalista en el último concurso del Premio Clarín y editada por Tusquets vuelve a reunirlo con sus lectores.

MI MUNDO PRIVADO, de Elvio E. Gandolfo. Tusquets, 2016. Buenos Aires, 174 págs. Distribuye Planeta.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
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libro de ELVIO E. GANDOLFOCarlos María Domínguez

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