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Irse para vivir bailando

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Los seis eligieron Uruguay y apuestan a la compañía. Foto: D. Borrelli.

Los principales integrantes hombres del Ballet del Sodre son extranjeros. Atraídos por el prestigio de Bocca, eligen Uruguay.

Ninguno de ellos lo imaginó. En verdad, nunca se lo plantearon. Algunos ni siquiera sabían que en Uruguay había una compañía de ballet. Otros, habían asumido que si se querían dedicar a la danza iban a tener que irse a Estados Unidos o a Europa. Pero ninguno lo imaginó. Nadie imaginaba, en realidad, que un país del Sur, con tres millones de personas, tendría a una de las mejores compañías de Sudamérica, mucho menos que el público europeo aplaudiría de pie al Ballet Nacional del Sodre (BNS) y que se posicionaría como una de las compañías que está dejando huella en la danza a nivel internacional.

Y ellos tampoco. Ellos nunca lo pensaron. Ciro Mansilla (22), Lucas Erni (21) y Sergio Muzzio (28) no soñaban con poder vivir de la danza tan cerca de Argentina, de su casa. Ciro Tamayo (23) y Damián Torío (24), españoles, ni siquiera sabían muy bien dónde estaba Uruguay. Y Gustavo Carvalho (21), de Brasil, no conocía a la compañía más allá de la figura de su director.

Ellos son algunos de los principales bailarines del BNS, que dejaron su país para apostar a una compañía de la que solo conocían un nombre, Julio Bocca, y que ahora los tiene como protagonistas de todas sus temporadas. Los seis dicen estar muy bien en el Uruguay que los adoptó y los aclama cada vez que pisan el escenario del Auditorio o cualquier otro teatro del interior del país.

Cómo Llegaron.

"Soy sincero, no conocía dónde estaba Uruguay cuando me vine, me da vergüenza decirlo, pero es así", dice Ciro Tamayo, primer bailarín de la compañía, que llegó en 2011 para convertirse en una de las figuras del BNS. El malagueño se tomó un avión con destino a Montevideo cuando tenía 17 años, tras haber rechazado una oferta de Bocca un tiempo antes, cuando lo había visto bailar en un concurso en Barcelona. "Yo todavía no me había graduado y prefería tener mis estudios realizados y después salir a buscar trabajo". En ese momento estaba en Londres, cursando su último año en el Royal Ballet. Llegó al aeropuerto de Carrasco pensando que llegaría al Caribe: "Para mí Sudamérica significaba calor y llegué acá y justo había una ola de frío polar. Esto no es cómo me lo imaginaba, pensé". Pero a Ciro no le costó acostumbrarse al país, porque reconoce que en la compañía lo recibieron muy bien y además se adapta muy fácil a los cambios. Incluso, hasta tiene un mate propio. "Y tomo mate amargo", aclara, sentado en el Auditorio, después de una clase, con una bandana en la cabeza que le sostiene el pelo.

Gustavo Carvalho todavía no toma mate, pero tampoco conocía al Ballet cuando en 2014 lo invitaron a bailar en Don Quijote y La Bayadera. En ese entonces, integraba la Compañía Brasilera de Ballet de Jorge Texeira. "Vine porque Julio me invitó. Al final de la temporada de La Bayadera, que fue la última del año, me invitó a quedarme como solista". Un año después, Gustavo se convirtió en primer bailarín y, aunque reconoce que Montevideo es muy distinta a Río de Janeiro, su ciudad, le agrada: "Es muy pequeña y mucho más tranquila que Río, pero a mí me gusta esta tranquilidad, yo soy muy tranquilo".

Los tres argentinos son de provincias distintas, y, aunque diferentes, la calma uruguaya les recuerda a sus ciudades.

Lucas Erni es de Santa Fe. Allí empezó bailando folklore hasta que su maestra, Raquel Rossetti, le propuso ir a Buenos Aires a estudiar ballet. Ingresó al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, en la capital argentina y, tras ganar un concurso en Suiza, se fue a estudiar a San Francisco. Había escuchado hablar del BNS con la incorporación de Bocca a la dirección y algunos de sus amigos ya estaban en él. "En 2014 decidí venir a probar, audicioné, Julio me ofreció un contrato y me quedé". El santafesino, solista de la compañía, se siente muy bien viviendo en Montevideo. "Es muy parecido a Santa Fe en muchas cosas. Los uruguayos son muy abiertos, aunque capaz digan que no. Uruguay todavía te permite estar más abajo y no estar siempre volando".

Lo mismo le pasó a Ciro Masilla, de Paraná, Entre Ríos. "Yo a Julio lo conocí muy chico, en el concurso Julio Bocca, que se hacía en Buenos Aires. Un tiempo después me invitó a venir para acá pero no pude. Yo bailaba en el Metropolitano, una compañía chica de Buenos Aires, y justo nos íbamos de gira por Rusia y yo me iba como bailarín principal, era una emoción tremenda. En 2013 audicioné y entré en 2014", cuenta Ciro, después de una mañana de clases y sentado en la cafetería del Auditorio Adela Reta. "Te acompañaría con el café pero está mamá en casa y seguramente me esté esperando un plato de canelones", dice y reconoce, medio en broma, que hay algo que le gusta particularmente de Uruguay: "Dicen gurí como yo, y no me siento tan extraño".

Sergio Muzzio es de Formosa y, también, conocía más a Bocca que al BNS. "Había estado bailando en el San Martín de Buenos Aires por cinco años y tenía ganas de hacer cosas nuevas. Escuché de la compañía y vine a una audición en 2013". Pero los primeros meses de Sergio en un país nuevo fueron duros: "Tuve unos meses de crisis en los que me planteé muchas cosas: extrañaba o decía ¿qué hago acá?, no sabía si el cambio iba a ser bueno, había dejado a mis amigos en Buenos Aires y a mi familia en Formosa y acá no conocía a nadie". Sin embargo, como dirán los seis extranjeros, "por suerte la gente en este Ballet tiene un clima muy familiar". Y así, entre mates y rambla, Sergio cuenta que se hizo amigos muy rápido y lo ayudaron mucho a adaptarse. "Además, me ha ido muy bien, y todo eso compensa todo lo demás".

De Madrid, Damián Torío llegó a Montevideo después de haber escuchado sobre una compañía que estaba en auge y con Bocca a la cabeza. "Mandé mi currículum y un video. Entré en enero de 2013 como aspirante, después estuve en el cuerpo de baile y ahora soy solista". Pero al madrileño tampoco le resultó fácil: "Me vine solo, me quería olvidar de todo pero tenía miedo. Adaptarme fue raro, todavía me estoy adaptando creo. En España yo vivía con mis padres tenía a mis amigos y de repente llegué acá y estaba solo en un país nuevo con 19 años".

Ahora.

"Siempre soñé con vivir del arte y de bailar", dice Lucas, que a sus 21 años todavía tiene cara de niño. "A veces uno imagina cosas y no se dan, pero en este caso, lo imaginé, lo soñé y se está cumpliendo". Con esas palabras el argentino se refiere a su momento y al momento de la compañía.

"Acá es la primera vez que puedo tener un sueldo mío, en un solo trabajo y encima haciendo lo que me gusta", cuenta Ciro, el otro argentino. "A veces me preguntan de qué trabajo y yo digo que en realidad no trabajo. Hago lo que me gusta y me pagan por eso".

Con ellos, el BNS en Uruguay ha construido una identidad de forma tal, que el público se reconoce en la compañía y, por supuesto, se lo hace saber a los bailarines. En ese sentido, Lucas se ríe cuando cuenta que le ha pasado que alguien lo pare por la calle y le pregunte si es el bailarín. "Eso es hermoso. El público uruguayo es hermoso y nos está haciendo esforzarnos cada día más".

Y la gente no deja de sorprenderlos. "Vienen todas las temporadas, se sientan, miran, respetan y te devuelven al final", cuenta Muzzio.

—¿Te imaginabas que en Uruguay fuera así?

—No, es algo que me asombra mucho y una de las cosas que siempre hablamos: cómo al ser tan poca gente se venden muchas entradas y agotan todas las funciones. Eso no pasa ni siquiera en Buenos Aires, es admirable.

Y en Brasil eso tampoco sucede. "En Río era re difícil llenar un teatro. Cuando estuve la primera vez bailando acá y se llenó y todas las funciones estaban agotadas, quedé impactado", cuenta Gustavo.

Ciro Tamayo cree que los uruguayos son muy pudorosos: "Voy por la calle, capaz me reconocen pero son pocas las veces en las que me paran. Me miran de lejos o me hablan rápido y se van, y es como que les diría: Mirá, tocame, soy una persona, soy igual que vos, no hay ningún problema, hablemos. Yo soy bailarín adentro del teatro, afuera soy Ciro Tamayo y no quiero que nadie me aparte de esa idea".

Pero el malagueño sabe que sus saltos y su capacidad interpretativa cautivan a su público: "Hay algunas personas que te esperan a la salida, y no precisamente para sacarse una foto, sino que quedan como impactadas y quieren verte pasar y decirte gracias. A mí me ha pasado de salir de un espectáculo, sea de ballet o no, con una sensación en el pecho y no sabés si tenés ganas de reír, de llorar o qué, y eso es emoción pura. Ver a la gente con esa sensación y saber que es por algo que hiciste vos, es muy fuerte". Y así, después de seis años en Uruguay, fanático de la rambla y del calor, Ciro se siente más uruguayo que español. "Un día me encontré diciendo rodilla", dice y acentúa el sonido de la "ll".

Otro atributo que los extranjeros halagan, además de su público, son los repertorios que tienen la posibilidad de bailar: "Son increíbles, tanto para la compañía como para los bailarines", dice Gustavo. Y Damián complementa su idea: "Bailamos muchas cosas y de todo tipo, no es solo clásico". Así, la premisa se repite en todos ellos: "Estoy muy bien en Uruguay".

Seguir creciendo.

Mientras preparan la figura para las fotos, algunos de ellos parecen niños jugando. Después, para ir a los salones de clase, caminan los pasillos internos y oscuros del teatro. Los argentinos Ciro y Lucas, se pierden. Entran por otra puerta, salen, se ríen. Los demás se adelantaron y ya se acomodan en una de las salas de ensayo para posar una vez más. Pero todos tienen un objetivo claro y común: mientras la compañía siga creciendo, seguirán creciendo con ella.

"Yo creo que sigo teniendo ese sentimiento de vamos a ver qué pasa. Lo único que siempre supe seguro es que yo quería bailar. Es más, me fui de Paraná a Buenos Aires solo con 13 años y no sabía ni de qué iba a vivir, pero sabía que yo iba a ser bailarín", cuenta Ciro. "Ahora estoy bien acá y lo que sé es que me encantaría quedarme y seguir creciendo. En verano estuve viendo a algunas compañías en Alemania y España. Nosotros no estamos lejos de los europeos. Si seguimos trabajando, esto va a seguir creciendo, estamos escalando, pero podemos crecer mas". Esa es la convicción del argentino: "Yo aspiro a que en un tiempo nos reconozcan como una de las mejores compañías del mundo, si seguimos creciendo, yo me quedo acá".

A pesar de estar lejos de la familia, solos y en un país nuevo, no se arrepienten. "En Santo Tomé, mi ciudad en Santa Fe, yo tengo a mis padres, a mis hermanos y dos sobrinas hermosas. Hay momentos en los que me gustaría estar con ellos y los extraño, pero sé que están bien y que yo estoy haciendo lo que me gusta. Eso me mantiene estimulado y no me deja caer", sostiene Lucas y asegura que su plan inmediato, al igual que su compatriota, es seguir apostando al BNS. "Pienso que si la compañía está bien, yo también lo voy a estar. Soy parte de esto y quiero que sigamos creciendo, tengo muchas ganas".

El BNS acaba de terminar la temporada de Hamlet ruso, que presentará en Buenos Aires entre el 10 y 13 de mayo. Además, ya se están preparando para el próximo estreno: Don Quijote. Los bailarines no descansan. O al menos, no lo hacen hasta enero, cuando tienen libre.

"Yo, como todos, tengo mis altibajos, sobre todo cuando estoy muy cansado", dice Ciro Tamayo. "Pero nunca me puse un límite, nunca pensé en cuánto tiempo quedarme o irme. En esos momentos de bajón me pongo a pensar: Si yo me fuera de acá, ¿a dónde me iría?, y me angustio buscando la respuesta, porque nunca la encuentro. Después pienso en que yo acá estoy bien, que tengo un lugar que me gané". De todas formas, el español se quita las presiones de ser primer bailarín: "Algunos me llamarán vago o cómodo, pero me gusta quitarme esas responsabilidades".

Y como Ciro, todos. Con o sin altibajos, extrañando a su familia y a su país, cuando de bailar se trata, de algo no hay dudas: los seis se entregan y lo hacen como si fuese la última vez que fueran a estar en el escenario.

Colocarse entre los mejores.

La codirectora del Ballet Nacional del Sodre, Sofía Sajac, sostiene que la compañía está en un muy buen nivel: "Queremos elevarlo más, porque sabemos que podemos hacerlo". Explica que la razón por la que los principales bailarines sean extranjeros es que en este momento "no hay uruguayos capacitados para hacer roles de primer bailarín, cosa que no sucede con las mujeres. En el reparto de Hamlet ruso teníamos a cuatro uruguayas haciendo el rol principal". Sajac afirma que aspiran a que más uruguayos puedan bailar esos papeles. "Hay algunos chicos que entraron hace poco y tienen las condiciones para lograrlo". Parte de esto es el proyecto en el que trabajan: una escuela que integre la educación curricular con el aprendizaje de danza. "Eso facilita mucho a los alumnos y hace que no dejen de estudiar. Una persona mejor educada y más informada, va a bailar mejor".

Vivir de la danza pero estar lejos.

Todos sabían que la carrera de los bailarines es "medio nómade", como la define Sergio, pero no esperaban terminar en Uruguay. Para los argentinos lo más difícil fue haberse ido a estudiar a Buenos Aires cuando eran muy jóvenes y por eso, el haberse venido a otro país no fue tan duro. "Cuando me vine para acá mi vieja se puso re contenta, porque ya había sufrido cuando me fui a Buenos Aires", dice Ciro. Ahora su familia viene cada vez que puede y además, cuenta que es la primera vez que tiene un sueldo que le alcanza para vivir con un solo trabajo. Algo similar le sucede a Lucas: "A mi familia entera la veo solo una vez por año, pero papá viene más seguido". Como Ciro, admite que tiene un sueldo que le alcanza para vivir y ahorrar un poco. "Igual, es un país muy caro". Para los españoles es más complejo. En el caso de Ciro, su madre viene a verlo cada vez que puede, pero él va a España solo en enero. Para Damián, es más difícil: "Mis padres trabajan y los pasajes son muy caros. No han podido venir a verme".

Más allá de la danza: interpretar para generar emoción.

Hay algo que los hace distintos y que hace que, además de bailarines, sean artistas: la interpretación de los roles. Y esto es algo en lo que todos coinciden: les gustan los papeles que implican un desafío a nivel actoral. "Hay gente que dice que cuando estoy en el escenario logro algo que no logro en los ensayos, pero no sé muy bien cómo explicar eso", dice Ciro Tamayo. Y agrega: "Me satisface mucho más lo que yo le pueda generar a cualquier persona desde el lado más emotivo que lo técnico, y se me da muy fácil, porque siempre, desde chiquitito, fui muy payaso". Lo mismo le pasa a Ciro Mansilla: "Me gusta mucho el drama. Nunca tomé clases de teatro pero se me da fácil. Siempre uso las cosas que me pasaron en mi vida para llevarlas al personaje". Gustavo, en tanto, cree que la parte actoral es una de las que más ha trabajado en la compañía desde que llegó: "He ido madurando en ese sentido, y me encantan esos papeles". En este sentido, Damián explica por qué Pablo, su personaje en Hamlet ruso, fue especial: "Me dio como un golpe, era un personaje muy fuerte, que tenía una evolución muy grande y necesitabas todo lo físico para poder expresar".

Los seis eligieron Uruguay y apuestan a la compañía. Foto: D. Borrelli.
Los seis eligieron Uruguay y apuestan a la compañía. Foto: D. Borrelli.
Los bailarines aspiran a seguir creciendo junto a la compañía. Foto: D. Borrelli.
Los bailarines aspiran a seguir creciendo junto a la compañía. Foto: D. Borrelli.
Ciro Tamayo se convirtió en figura del Ballet del Sodre . Foto: Carlos Villamayor
Ciro Tamayo se convirtió en figura del Ballet del Sodre . Foto: Carlos Villamayor
La figura de Julio Bocca fue lo que los atrajo al Ballet del Sodre. Foto: Ariel Colmegna.
La figura de Julio Bocca fue lo que los atrajo al Ballet del Sodre. Foto: Ariel Colmegna.
Gustavo Carvalho y Ciro Tamayo en Hamlet ruso. Foto: Carlos Villamayor
Gustavo Carvalho y Ciro Tamayo en Hamlet ruso. Foto: Carlos Villamayor
Sofía Sajac, codirectora de la compañía . Foto: Leo Barizzoni.
Sofía Sajac, codirectora de la compañía . Foto: Leo Barizzoni.
Muchos de los bailarines principales del Ballet del Sodre son extranjeros. Foto: D. Borrelli.
Muchos de los bailarines principales del Ballet del Sodre son extranjeros. Foto: D. Borrelli.

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