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Los gobernantes tienen que dar oportunidades, no hacer favores

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Lawrence Reed. Foto: Marcelo Bonjour
Nota a Lawrence Reed, norteamericano, Presidente de la Fundacion de Economia para la Educacion ND20170412, foto Marcelo Bonjour - Archivo El Pais
Marcelo Bonjour/Archivo El Pais

El economista estadounidense Lawrence Reed, presidente de la Foundation for Economic Education (FEE), un think tank estadounidense enfocado en la formación económica especialmente de los jóvenes y de un público no muy afín al mundo de la economía, afirma que la gente de más bajos ingresos, tiene más oportunidades de avanzar en una economía libre que en cualquier otro sistema en el mundo.

Reconoce que se habla mucho de desigualdad, pero para él, lo importante es la igualdad ante la ley, no en términos económicos. "Los principios de una buena política pública —a juicio de Reed— pasan principalmente por asumir que la gente libre no es económicamente igual, y la gente que es igual, no es libre". A partir de allí, sostiene, se deben desarrollar las iniciativas que apunten a apuntalar al emprendedor, al más trabajador, al talento, y tener la menor intervención posible por parte del Estado. A continuación, un resumen de la entrevista.

—¿Qué es para usted un país con buenas políticas públicas?

—Aquel que es eficiente en lo que hace, pero se limita a lo esencial, promoviendo la participación de los demás actores en el resto de las actividades. Los países que son buenos en implementar políticas públicas siguen una serie de principios, que se deben respetar. Uno de esos principios es asumir que la gente libre no es económicamente igual, y la gente que es igual, no es libre. Si queremos buscar que todas las personas sean iguales, no podríamos lograrlo sin el uso de la fuerza.

Todos somos únicos, ninguno es igual a otro, entonces llevamos al mercado nuestro talento y nuestras ganas de trabajar.

Aunque se habla mucho de desigualdad, lo importante es la igualdad ante la ley, no en términos económicos. Hay que trabajar en ver cuál es la fuente de la inequidad. Si es porque hay privilegios, corrupción o beneficios que se conceden a alguien en particular, ahí sí el Estado tiene que evitarlo. Si las diferencias son por méritos, cualidades, talentos o emprendedurismo, no me preocupa tanto.

—¿Considera que la aplicación del pensamiento liberal no genera mayor desigualdad?

—Especialmente la gente de más bajos ingresos, tiene más oportunidades de avanzar en una economía libre que en cualquier otro sistema en el mundo, De hecho, esa ha sido la razón por la cual en los últimos cincuenta años, entre mil y dos mil millones de personas han salido de la pobreza en el mundo, a través de mayor confianza en la propiedad privada y en mercados libres. No se puede esperar que personas que esencialmente son únicas, distintas las unas a las otras, no se puede esperar que generen igualdad en sus ingresos, tampoco en sus contribuciones al mercado. Las personas usan sus talentos de distintas maneras. Hay personas que tienen más talento, hay personas que ahorran más, que tienen mejor criterio para invertir; algunas personas trabajan por más tiempo, con mayor esfuerzo y de manera más inteligente que otros. No somos robots, así que la idea de que alguna manera se debe imponer igualdad en asuntos económicos materiales, es sugerir que se debe aplicar la fuerza para impedir que la gente sea como es.

—¿O sea que considera que la desigualdad económica no es un problema?

—Estoy dispuesto a tolerar la desigualdad de riqueza, cuando surge de las personas siendo ellas mismas, los individuos únicos y especiales que son. Insisto en que no me gusta la desigualdad que surge de los favores especiales del gobierno; ahí los que están bien conectados políticamente acumulan riquezas a expensas de los clientes y consumidores. Esa no es una sociedad libre. Los gobiernos lo que tienen que hacer es dar oportunidades, no hacer favores.

—¿Cómo se superan las desigualdades?

—Lo primero que hay que hacer es levantar barreras, que muchas veces fueron puestas políticamente, e impiden el progreso. Por ejemplo, leyes de salario mínimo, o aquellas que ponen trabas a los emprendimientos personales, en lugar de alentarlos. Claro está, hay que asegurarse es que todos tengan una buena oportunidad de educarse, y para eso hay que dar más opciones, menos monopolio educativo y más competencia.

—¿Entiende que es contraproducente que el Estado asista a los más desfavorecidos?

—Se polemiza mucho acerca de la participación del Estado en la asistencia a las personas con menores oportunidades. No conozco a fondo la realidad de Uruguay, pero entiendo que hay que eliminar todas aquellas políticas que desincentiven al trabajo, eso es clave. A largo plazo, la meta debe ser que cada vez dependan menos del gobierno y más de su propia iniciativa.

—¿Cuáles son los fundamentos de sus críticas sobre la presencia activa del Estado en la economía?

—Todas las formas de estatismo, ya sean el Estado de bienestar o de los tipos totalitarios más duros, ofrecen cosas a las personas que a veces éstas encuentran difíciles de resistir. Por lo general, es una forma de seguridad, al menos en el corto plazo: la seguridad contra un enemigo extranjero o contra alguien aquí en casa, la seguridad contra tener que cuidar de sí mismo, la seguridad contra todo tipo de problemas reales o imaginarios. Los que defendemos la libertad remarcamos que cuanto más dependen del estado, menos seguros realmente son. La concentración del poder en manos del gobierno nos hace vulnerables al abuso de ese poder. Así que cuando el Estado le da algo, debe darse cuenta de que viene a costa de otra persona y a veces con un montón de situaciones no del todo limpias en el camino, y que está poniendo su futuro y el de sus hijos en precisamente las manos equivocadas.

—En sus conferencias hace reiteradas referencias a lo que considera claves para el desarrollo, y no siempre parecen aplicables en países de renta media o baja…

—En muchos casos no hay desarrollo porque la formación de capital, de riqueza, se impide por un entorno desfavorable. Veamos que ocurre en muchos países pobres, por ejemplo en África y también en América Latina. Generalmente hay altos niveles de corrupción, impuestos abultados y barreras a la creación de negocios. Aquel que tenga una idea difícilmente pueda llevarla a cabo por todas las barreras que desde la política se imponen. Incluso muchas veces la ayuda que brindan países desarrollados termina siendo contraproducente, porque compite con los intentos de desarrollo local. Las buenas intenciones no siempre se traducen en algo productivo.

—A su juicio, ¿cómo se logra la prosperidad a largo plazo?

—No hay ningún otro factor que impacte en forma más positiva en desarrollo a largo plazo que la libertad económica. Los países más libres son los más prósperos, indudablemente. La diferencia entre Corea del Sur y Corea del Norte es una clara demostración. Un gobierno totalitario y que controla absolutamente todo, que sume a su población en la pobreza, y otro que apuesta al libre mercado y el emprendimiento económico, y está entre los líderes del mundo.

—Una transición entre esos dos modelos generalmente tiene costos muy elevados…

—Las ideas son las que cambian al mundo. Y a veces lo hacen en forma dramática. Nueva Zelanda fue por décadas un Estado de bienestar; entre los años 60 y 80 desarrolló un gran Estado que absorbía el 60% de los ingresos del país. Y a finales de los años 80 fue en la dirección totalmente opuesta. En un período de dos años eliminó todos los subsidios a la agricultura, redujo fuertemente el gasto público, desregularon el mercado laboral, se introdujeron más libertades individuales y ahora 30 años más tarde es uno de los países más prósperos, con una gran libertad económica.

De esos ejemplos hay varios. Sin embargo, de países que fueran en sentido contrario, abandonando posturas capitalistas y pasando a una concepción socialista, no tenemos conocimiento de ninguno exitoso. No debemos juzgar a los gobiernos por sus intenciones y promesas que pueden ser atractivas, sino por los resultados. Sudamérica permite esa comparación, miremos a Chile por un lado y Venezuela por otro. La evidencia no se puede pasar por alto.

—En esos casos, hay una generación que paga el cambio…

—No fue gratuito. A la gente que perdió los subsidios le fue mal durante un buen tiempo, por ejemplo. Pero es como tomar una medicina desagradable, pero que a largo plazo va a terminar siendo muy buena. Muchos agricultores terminaron en bancarrota cuando les retiraron la protección; pero ahora es uno de los puntos fuertes de Nueva Zelanda; la producción agropecuaria, eficiente y competitiva en el mundo.

Trump no era el mejor candidato para el Partido Republicano.

—¿Qué opinión le merece Trump hasta el momento?

—Tengo sentimientos encontrados hacia este gobierno. En algunas áreas de la política interna, donde se apuesta a desregulaciones y baja de impuestos, me parece interesante, pero en cuanto a la política exterior, discrepo bastante. Se pensaba que iba a ser menos intervencionista en cuanto a estrategia internacional y eso hubiera sido muy bueno. Pero ha ido en sentido contrario y eso al país no le hace bien.

Le falta una filosofía clara a la hora de gobernar y también mucha disciplina en su forma de manejarse. Eso lo hace muy impredecible.

—¿Era el mejor candidato que tenía el Partido Republicano?

—No, claramente no. Era mi opción menos preferida dentro del partido. No es un hombre profundo, es muy superficial en su comunicación. Y hay muchos temas de los que no conoce y no debería opinar, por ejemplo en materia comercial.

—¿Cuál es el futuro de EE.UU.?

—Habrá mucha incertidumbre y seguramente también, mucho revuelo político. Donald Trump no se parece a ningún otro presidente que haya visto y por tanto, es bastante difícil saber adónde va a terminar llevando al país.

Lawrence Reed.

Presidente de FEE (Foundation for Economic Education) desde 2008. Fue docente y presidió el Departa-mento de Economía de la Universi-dad Northwood . Tiene un B.A. en Economía (Grove City College) y un M.A. en historia (Slippery Rock State).

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