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Prebendas: cara de Rocca

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La semana pasada en Buenos Aires, Paolo Rocca, el jefe de Techint, el grupo industrial más importante de Argentina y uno de los grandes players internacionales del acero, aseveró que no se podía abrir la economía argentina a la competencia extranjera sin correr riegos de gobernabilidad. Algo así como que querer ir al libre comercio sería destituyente para el presidente Macri.

Si la opinión viniera de un desinformado, sería fácil descalificarla, pero viene de un empresario que lidera un grupo que ha sabido amasar fortunas de sus negocios con el Estado y del proteccionismo industrial. Es justo decirlo, Techint supo invertir bien en sus negocios de exportación global (aunque algunos con resultados non sanctos como la frustrada Sidor en Venezuela).

Pero Don Paolo sabe en su interior que si no hubiera abusado de los consumidores y del Estado argentino vendiéndole caro lo que fuera del país se podría comprar barato, su destino no hubiera sido el de ser el empresario más poderoso de Argentina. Siempre buscando la protección del Estado, cuando la excusa no es el deterioro de los términos de intercambio, ahora es el progreso tecnológico que deja afuera a los que no están preparados, o el envejecimiento poblacional. Los prebendarios de siempre.

Su adhesión al populismo industrial que yo denuncio en mi libro de reciente publicación "La Argentina Devorada" como la causa económica más importante de la decadencia ya casi secular de Argentina, es total. La claridad que muestra en su defensa es diáfana, cristalina.

Por eso, es importante refrescar conceptos para una Argentina que era top ten en el ranking mundial del ingreso per capita antes de abrazar el populismo peronista a mediados del siglo pasado y hoy es número 53, o sea que hemos perdido más de 40 puestos en 70 años y casi de manera permanente y sistemática año por año, salvo por algunas pausas esporádicas.

La idea del industrialismo "a la argentina" y con el cual Paolo Rocca se ha hecho multimillonario, consiste en cerrar todo lo que se pueda la economía a la competencia importada de bienes finales (pero que se pueda importar con aranceles bajísimos a los insumos para producir, de modo que la protección efectiva para la industria sustitutiva de importaciones sea máxima). Además, el agro tiene que tener una rentabilidad mínima para que haya alimentos baratos que aumenten el salario real y las masas urbanas tengan mayor capacidad de comprar bienes industriales (y para que, de paso, el gobernante de turno tenga votos a raudales). Para esto confiscamos la rentabilidad (no la "renta") agropecuaria gracias a las retenciones a las exportaciones y las prohibiciones para exportar alimentos. Si el agro no puede exportar, o si se ve obligado a exportar a precios menores a los internacionales, el alimento queda acá, no "huye" demandado por los compradores ricos del exterior, y así la mesa de los argentinos queda barata.

Esto implica que se graven las exportaciones de energía y otros insumos industriales con más retenciones, para que la industria tenga costos de producción bajos y pueda "agregar valor" con más facilidad que si tuviera que pagar por la energía los precios internacionales. Pero la sustitución de importaciones "a la argentina" también exige que se controle el sector financiero, para que haya tasas de interés que permitan el financiamiento barato de la industria o el financiamiento del consumo de bienes industriales. También controla las tarifas de servicios esenciales, para evitar la reducción del salario.

De esta manera, la sustitución de importaciones beneficia sólo a la industria menos competitiva y perjudica al resto, incluidos los sectores productores de exportables como el agro, la energía, el turismo y las industrias más eficientes con competitividad exportadora.

Un modelo así sólo se sostiene mientras circunstancias internacionales extraordinarias lo permitan. El agro aguanta mientras un precio excepcional de la soja compense el atraso cambiario. La producción de petróleo y gas aguanta gracias a inversiones anteriores hasta que se desploma la producción. Las exportaciones industriales desaparecen por falta de competitividad y por las represalias de otros países. Los depósitos y el crédito se sostienen hasta que la inflación y el atraso cambiario hacen de la compra de dólares el único refugio contra la expoliación de las tasas de interés negativas. El aumento del gasto público y la presión impositiva se sostienen hasta que empieza la contracción económica y el déficit fiscal se vuelve inmanejable.

Hasta ahora, lo que ha hecho Macri con la eliminación del control de cambios, la salida del default, la eliminación de algunas retenciones a las exportaciones y la baja transitoria de otras y la nueva relación con Occidente, es remover los elementos "bizarros" del populismo kirchnerista, pero sigue dentro del populismo decadente argentino. Sigue la economía muy cerrada al comercio, el déficit fiscal es más alto que con Cristina y llega a un record histórico, lo mismo que el gasto público que sigue superando el 40% del PIB, le ha dado plata a los sindicalistas mafiosos, le dio una ley a los piqueteros que ni los Kirchner se animaron a hacer. En fin, por ahora "kirchnerismo de buenos modales".

Con eso, es muy probable que la economía tenga un rebote económico con inflación en baja, pero que no alcanza para que Argentina salga de su triangulo decadente de ajustes, rebotes (que duran un tiempo pero no se sostienen) y deterioros.

Ojala que Macri cambie, se aleje de las ideas de Paolo Rocca y haga de Argentina un país abierto al comercio, rechazando de plano las recomendaciones de empresarios prebendarios. Sino, nos seguiremos arrastrando en los permanentes ciclos de ilusión y desencanto a los cuales nos tiene acostumbrados nuestro querido país.

JOSÉ LUIS ESPERT

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