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Falta de humanidad

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Las palabras del subsecretario del Interior, Jorge Vázquez, ante el nuevo asesinato de un policía, dejan en claro la escala de valores y la falta de empatía de los jerarcas de este ministerio con el sufrimiento de la sociedad ante la ola delictiva.

Algo extraño debe haber en el Ministerio del Interior. Se trata de la cartera que más recursos ha recibido en los últimos gobiernos, la que ha tenido mayor estabilidad de sus jerarcas y mayor apoyo político. Sin mencionar un gasto millonario en asesores de imagen y un esquema casi totalitario en su relación con la prensa. Sin embargo, sus resultados son los más cuestionados por la población, y pese a ello sus autoridades muestran un nivel de soberbia, de desprecio por la gente común, de insensibilidad ante el dolor de sus propios subalternos, que resulta estremecedor.

Las palabras del subsecretario Jorge Vázquez ante el asesinato a sangre fría de un policía en una pizzería en pleno Pocitos, son solo la última muestra de un rosario con muchos antecedentes. Así como en otras ocasiones el encargado de tirar la culpa de un hecho luctuoso de este tipo sobre la víctima ha sido el ministro Bonomi o alguno de los esbirros del aparato propagandístico instalado en el ministerio, esta vez le tocó al hermano del presidente la tarea del enchastre.

La primera reacción del jerarca fue señalar que el policía asesinado cumplía una tarea "irregular", ya que "por ley" los oficiales no pueden realizar tareas de seguridad por fuera de su horario normal de trabajo, salvo las definidas por el artículo 222. Como el asesinado no estaba haciendo un servicio de ese tipo, según Vázquez "estaría desempeñando una tarea de seguridad no autorizada y sin las medidas de protección que el Ministerio recomienda". O sea, lo primero que preocupa al jerarca es exonerar a su dependencia de cualquier responsabilidad en el hecho. Responsabilidad, que vale señalar, nadie le había endilgado, salvo por su crónica inoperancia para reducir el nivel de violencia en las calles.

Como segundo comentario, Vázquez no tuvo mejor idea que lanzar culpas sobre el propietario del local, afirmando que "si bien hay una parte de responsabilidad del funcionario, también hay una responsabilidad del empleador que emplea a funcionarios para una tarea que no está autorizado". Realmente, un comentario digno de la sensibilidad de una heladera el de Vázquez.

La realidad bien se podría pintar de una manera bastante distinta. Por ejemplo, señalar que hay un oficial de policía a quien su salario no le alcanza para dar un nivel de subsistencia mínimo a su familia, por lo cual se ve obligado a trabajar más horas fuera de su horario regular. Por otro lado hay un comerciante al cual el peso asfixiante del Estado no le permite disponer de recursos suficientes para contratar personal de seguridad en forma regular. Bueno, en un país mínimamente serio, con lo que se paga de impuestos en Uruguay, no habría necesidad de contratar a nadie para ello, pero dejemos eso de lado por un momento.

Toda esta situación termina en que un energúmeno que no debería estar suelto en la calle, ingresa al local del pobre comerciante, y mata al policía devenido en agente de seguridad. Ante esta situación ¿a alguien con un mínimo flujo de sangre en las venas se le puede ocurrir que la reacción del encargado de dar seguridad a la población, del superior jerárquico del agente asesinado, sea echarle la culpa al muerto y al empleador por un crimen a sangre fría? ¿Eso le recomendaron los costosos "expertos" que asesoran al ministerio en comunicación? ¿Esa es la reacción natural de un ser humano de bien?

Basta ver la reacción de los familiares del policía asesinado, de la gente común en la calle y en los foros de internet, para darse cuenta de que existe un divorcio enorme entre la sensibilidad que muestra la cúpula del ministerio y el uruguayo de a pie. Una diferencia que ya se ha notado en forma explícita cuando los jerarcas salen a darse dique de estar realizando una tarea revolucionaria por exhibir una caída en las estadísticas de rapiñas, que nada tiene que ver con lo que vive la gente en la calle. Que tiene más que ver con el agotamiento de una población que se siente indefensa y que ya prefiere ni denunciar los delitos. Y con una policía que no se siente respaldada, y que opta en muchos casos por hacer la vista gorda y evitar los problemas, antes que jugarse la vida en una tarea que no es valorada ni apoyada por sus superiores.

Y cuando eso no pasa, cuando un agente deja de lado los miedos y las inseguridades para hacer frente a una delincuente ensoberbecido e inhumano, y paga por ello el máximo precio que se puede pagar, la respuesta de sus superiores —quienes deberían jugarse por ellos frente a la opinión pública y a la sociedad— es sacar el cuerpo y echarle las culpas al muerto por su infortunio.

Para decir algunas cosas, más vale quedarse callado.

EDITORIAL

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