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Gobierno honrado, país de primera

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Se ha instalado en la sociedad el concepto que para gobernar mejor hay que gastar más, que hay que organizar mejor las dádivas, que hay que solucionar todo desde el estado achicando el espacio de las acciones libres de los ciudadanos.

La izquierda ha sido exitosa en difundir eslóganes mentirosos: país productivo, productor familiar, derecha neoliberal, lo financiero contra lo real, que pague más el que más tiene, la preocupación por los pobres, la corrupción es de derecha, la izquierda es moralmente superior, todos conceptos tan vagos como políticamente correctos de los que se adueñó la izquierda. Uno de los últimos fue instalar su preocupación por lo que convirtió en su eslogan principal, el del título, siempre en clave maniquea: nosotros los honrados —la derecha no— nuestro país es el de primera, todos los otros no.

En cuanto a lo de gobierno honrado, la justicia se está encargando de investigar temas tremendos vinculados al Pit-Cnt, soporte nuclear del gobierno, tanto como a la financiación de los grupos del FA, y la participación de varios funcionarios en sonados casos de uso increíble de fondos públicos. Se ve que eran tan honrados —o deshonrados— como cualquiera, ya que fue y sigue siendo muy torpe sostener la superioridad moral de la izquierda, como si Cristina, el PT o Maduro, no existieran.

Peor es el tema del país de primera en que nos van a dejar convertido al Uruguay. Con el gasto público récord en la historia económica, lo que queda no es solo un déficit de cerca del 4% del PBI. Se trata de un guarismo que puede ser manejable, ese no es el punto. Lo grave es que es consistente con un modo de ver la acción política, que nos atrasa décadas. Se trata de haber instalado en la sociedad el concepto que para gobernar mejor hay que gastar más, que hay que organizar mejor las dádivas, que hay que solucio-nar todo desde el estado achicando el espacio de las acciones libres de los ciudadanos.

La confusión así se vuelve enorme: los gobiernos para resolver problemas, en lugar de generar reglas y espacio para el accionar de la gente, simplemente hacen solo gastando. De esta forma la solidaridad, en lugar de ser un valor individual, libre, se la entiende como propia de un gobierno que reparte.

Han instalado así la cultura de la dádiva: grandes sectores de la sociedad que se creen con derecho a exigir que el estado les dé, y toda una organización política que cree que su función es sacar a los que tienen, para repartir y sin contrapartidas. Esto es lo peor, que además no resuelva nada de modo permanente. Así llegamos a que el país de primera se compone esencialmente de empleados públicos; la forma de combatir la pobreza, de dejar un país mejor, ha sido nombrar empleados públicos —64 mil más— pagándoles con una presión fiscal propia de otro tipo de país e incompatible con cualquier actividad económica de rentabilidad normal.

Han generado la ética de la dádiva, atacando así el espíritu de innovación, de iniciativa. Cuando se le paga a la gente sin trabajar, y se afirma que hay que sacar al que tiene más sin saber si es lógico o justo, se establece así una sociedad que no premia a los mejores y en cambio los alienta a irse. Así lo pinta el drama de la emigración en cifras recientemente divulgadas, con un 14% de los uruguayos fuera del país. Es que con esta presión fiscal siempre progresiva, lo que es un grave error, y dado el nivel de globalización, se alentará así la emigración de los mejores y más jóvenes.

A esa pintura de sociedad hay que agregarle el incremento diario de la falta de respeto a las reglas —lo político sobre lo jurídico— que en una apoteosis increíble se recogió en la rendición de cuentas con la propuesta oficial de no pagar a los particulares los juicios, si el Poder Ejecutivo no quiere. Es un escalón más en el estatismo que el partido de gobierno exhibe sin pudor, y que está en la base de la caída de la inversión extranjera directa y del empleo, aun con un producto creciendo aunque sea en base a endeudamiento, retraso cambiario y bomba al consumo.

Es también un país sin inserción internacional clara, con pocos amigos que valgan la pena.

De manera que este país de primera y con gobierno honrado se nos aparece hoy como un país poco conectado con el exterior, que no tiene problema en incumplir lo jurídico como lo hace otra vez estableciendo aranceles prohibidos y llamándolos tasas aunque no exista contraprestación. Y que ha confundido el reparto que no es su función, con la generación de bienes públicos en los que está omiso: educación de cuarta, infraestructura de tercera, seguridad de décima.

Se trata de un combo que no solo va a estrangular la actividad económica a mediano plazo, sino que va a profundizar un modelo de sociedad sin aliento al trabajo propio, a la excelencia, al riesgo, a la aventura de ganar dinero. Y se irán más, sin duda.

EDITORIAL

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