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La lección de Venezuela

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Chávez fue un líder del siglo XX en el siglo XXI. Era difícil no sentir debilidad por el caudillo venezolano, tenía carisma, polenta, humor, plata. En un mundo digital, de líderes fríos, burocráticos, sosos, era un torbellino de energía que no parecía tener dudas de a dónde había que ir.

Chávez fue un líder del siglo XX en el siglo XXI. Era difícil no sentir debilidad por el caudillo venezolano, tenía carisma, polenta, humor, plata. En un mundo digital, de líderes fríos, burocráticos, sosos, era un torbellino de energía que no parecía tener dudas de a dónde había que ir.

Chávez tocaba fibras muy sensibles para el latinoamericano tipo. Era un caudillo mesiánico, y todos los latinoamericanos por un lado u otro tenemos una debilidad genética por un líder providencial que nos saque de pobres a pura voluntad. Era, además, furibundo antiamericano, sentir que ha afectado a gente ilustrada como Martí o Rodó. ¿Cómo no iba a permear en la gente común?

Y Chávez era “socialista”. En una versión tropical y atropellada, pero su discurso era claro: vivimos en una región rica, y si no nos va bien es porque el “imperio” y las “oligarquías” nos roban nuestro destino manifiesto. Era Galeano para las masas, en vez de los intelectuales grises que entronizaron a nuestro best seller regional.

Por todo esto, resulta difícil ensañarse con quienes en algún momento se encandilaron con la figura de Chávez. Especialmente en su país, que venía de sucesivos gobiernos fracasados, carcomidos por la corrupción y la mentira.

Pero Chávez tenía un problema central: su receta estaba errada.

Todo su panteón ideológico se sostenía en una serie de pilares fracasados: la planificación central, la hegemonía del estado, la redistribución voluntarista de la riqueza, el odio al empresario y a la actividad privada. Que no solo no sirven para tener una sociedad más justa y equitativa, sino que han sido una receta infalible para generar miseria y violencia social.

La historia está tapizada de ejemplos de esto. Hubo decenas de ensayos en el siglo pasado, siempre con el mismo resultado. Pero hay dos casos que rompen los ojos: China, que volvió a ser un país poderoso recién cuando sepultó la economía socialista y Deng Xiaoping lanzó su frase “enriquecerse es glorioso”. Y Alemania del Este.

Si los alemanes no lograron hacer funcionar la economía planificada...

Venezuela misma da mil ejemplos en ese sentido. Uno es el caso de Agroisleña, una empresa que comercializaba 70% de los agroinsumos del país. Fue nacionalizada por Chávez en cadena nacional en 2010 acusada de oligopolio. Se rebautizó como Agropatria, y se puso en manos de burócratas y campesinos. Pasó de tener 1700 empleados a 7 mil, y la producción agrícola del país cayó más de un 30% en los primeros 3 años. Como ese, hay muchos.

Chávez murió antes de ver el desmoronamiento de su castillo de naipes. Y para peor dejó como herederos a una dupla de folletín como Maduro y Diosdado Cabello, cuyo dilatado final solo se explica por la lealtad de una cantidad de venezolanos al recuerdo de los tiempos felices del principio del chavismo (con el petróleo a 100 dólares), y a un aparato de seguridad patentado por los cubanos, que usa la violencia para mantener a la población en línea. Pero hasta eso ha empezado a derrumbarse.

Ahora bien, para los uruguayos uno de los problemas que destapa el drama de Venezuela es la negativa de un sector importante de nuestra clase política de aceptar la realidad. No hablamos de esos dirigentes que van a la plaza y cantan consignas asombrosamente tontas a favor de Maduro. Ahí parece haber más compromisos financieros que otra cosa.

Lo grave es que se vuelven a escuchar argumentos geopolíticos, de estrategias globales, para justificar por qué se derrumba el socialismo siglo XXI. El autor ha leído que todo es parte de una conspiración para quedarse con Citgo, esa filial de Pdvsa y que maneja intereses millonarios en EE.UU. O que el asunto es una movida para apoderarse del Arco Minero del Orinoco, otro botín codiciado por los poderosos del mundo.

Es evidente que todos juegan su partido en el campeonato global de poder. Pero buscar ese tipo de argumentos para explicar la deba-cle de un país como Venezuela parece repetir un error histórico que ya ocurrió en 1989. Lo que vemos en Venezuela, falta de alimentos, de medicinas, una economía hundida por inflación y déficits inmanejables, un país que pese a tener todos los climas y riquezas naturales, no produce nada, todo eso ya lo vimos en Polonia, en Rumania, en Alemania del Este. En el Perú de Velasco Alvarado y hasta en el Chile de Allende, por más que esto haga enojar a muchos. El problema no es el imperialismo ni el neoliberalismo, ni el club Bilderberg. Es que el manual socialista ortodoxo de voluntarismo, lucha de clases, y economía manejada masivamente por burócratas, aunque sea bien intencionado, no caminó nunca.

Pese a la lección que da Venezuela, recetas similares son requechadas hoy con tono glamoroso en Francia, en España, y en Uruguay. Dando la razón al dicho de que el hombre es el único animal capaz de tropezar decenas de veces con la misma piedra.

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Martín Aguirre

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