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Pobres por decreto

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El chavismo y el castrismo son como Thelma y Louise: están empeñados en huir hacia delante aunque lo que les espera es un precipicio. La gran diferencia es que las dos heroínas del famoso filme de Ridley Scott se embarcan en un viaje a ninguna parte en busca de la libertad, mientras que Nicolás Maduro en Venezuela y Raúl Castro en Cuba sencillamente ganan tiempo para atornillar sus regímenes despóticos.

El chavismo y el castrismo son como Thelma y Louise: están empeñados en huir hacia delante aunque lo que les espera es un precipicio. La gran diferencia es que las dos heroínas del famoso filme de Ridley Scott se embarcan en un viaje a ninguna parte en busca de la libertad, mientras que Nicolás Maduro en Venezuela y Raúl Castro en Cuba sencillamente ganan tiempo para atornillar sus regímenes despóticos.

Haciendo oídos sordos al clamor de una consulta popular que votó masivamente contra su plan de reescribir la Constitución, Maduro llevará adelante su Constituyente a pesar de estar completamente deslegitimada. Para él y su entorno de lo que se trata es de perpetuarse en el poder y aniquilar lo que queda de la sociedad civil en Venezuela.

En cuanto a su aliado -algún día habrá que escribir el libro definitivo sobre la codependencia del chavismo y el castrismo-, Raúl Castro se prepara para su jubilación oficial en febrero de 2018. El hermano menor de Fidel vigilará el destino de los cubanos desde su retiro dorado como una suerte de Reina Madre mientras sus delfines gestionan un continuismo que permita el statu quo.

A su manera, lo que pretende Raúl es morir sin sobresaltos, ahorrándose un final a lo Erich Honecker en la extinta Alemania comunista. A fin de cuentas, los Castro tienen una prole numerosa que vive de las prebendas de una dinastía familiar que lleva en el poder casi seis décadas. Tamaño patrimonio hay que preservarlo, aunque sea en cuentas ocultas en Suiza.

Como era de esperar, en las sociedades donde la iniciativa individual se estrangula y la libertad se convierte en una utopía, la pobreza y el estancamiento se convierten en la rutina de pueblos que día a día se depauperan física y espiritualmente. Cuba le lleva la delantera a Venezuela, pero la revolución bolivariana es discípula aventajada de este modelo fallido y famélico.

Es lógico y predecible que así sea. Desde 1959 una de las prioridades del castrismo ha sido condenar a la pobreza a los cubanos. Y al cabo de tantos años de escasez y fuga de cerebros en busca de un mejor destino, el Partido Comunista reitera su leitmotif: en Cuba no puede haber ricos. Nadie (salvo la nomenclatura y sus cachorros) puede acumular riqueza o propiedades. Los cuentapropistas son vistos como el enemigo porque florecen al margen de los ten- táculos del glotón estado. Hablando sin rodeos, los cubanos están condenados a ser pobres de solemnidad. Desafortunadamente no hay sitio para los jóvenes emprendedores que en las sociedades libres se enriquecen y contribuyen a la prosperidad y la creatividad conjunta.

Otro tanto puede decirse del chavismo que, por desgracia, se mira en el espejo deformante de la distopía cubana. Sin ir más lejos, hace unos días la excanciller Delcy Rodríguez clamaba, “Nos moriremos de hambre, pero aquí estaremos defendiendo la patria”. El tono habitual de los líderes chavistas con un mensaje pavoroso: que desfallezcan de hambruna los venezolanos con tal de que el gobierno se eternice en medio de la crisis.

La única receta que el castrismo y el chavismo ofrecen es la de la pobreza por decreto y sin visa para el sueño de avanzar y ser libres. Cuando afirman que está “prohibida la riqueza” lo que ocultan es que nunca nadie se saldrá del hoyo de la pobreza. Matar de hambre no cuesta nada.

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Gina Montaner

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