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La murga, una historia de familia

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Foto: Fernando Ponzetto

La sonrisa es lo más parecido que tienen entre sí las Gómez Iriarte; más allá de eso, no hay nada que a simple vista delate que son hermanas.Pero sus caminos están tan unidos, al margen del lazo de sangre, que hasta parecen guionados: la pasión compartida por el carnaval desde su infancia en Belvedere las llevó a hacer historia con una de las murgas más populares del país, e incluso a enamorarse de dos de los hermanos Cardozo —o sea, fueron también concuñadas—, con los que son parte de esa familia llamada Agarrate Catalina. De perfil bajo, sonrientes e inquietas, Victoria y Carolina repasan desde su punto de vista, el camino que las llevó a convertirse en las mujeres de la Catalina.

—¿Son carnavaleras desde siempre, desde chicas?

Carolina Gómez: Sí, de ir al tablado, de escuchar por radio las murgas en el Teatro de Verano. Carnavaleros de salir en carnaval no tenemos en la familia.

Victoria Gómez: Ahora te ponés a pensar que en esa época no era tan común que estuviera tan generalizada la murga. No existía murga joven, entonces a nosotras que nos gustaba mucho el carnaval, no lo compartíamos en la escuela.

C. G.: Yo me acuerdo que iba en Primero o Segundo de liceo con los auriculares, con el walkman, escuchando el casete de alguna murga, y ya mis amigas me decían: "Ya estás escuchando eso de nuevo".

—¿Y eran hinchas de alguna murga, o del estilo de murga de alguna zona?

C. G.: Cuando ya teníamos unos 10 años y podíamos elegir, íbamos con unos primos para el lado de La Teja y nos empezó a gustar la murga de ahí. Pero de chicas era todo.

V. G.: A mí me gustaba mucho La Reina de la Teja y Araca La Cana. Pero estaba la identificación con el barrio, que de grande, viviendo en otro lado y teniendo otras cosas en la cabeza, cada vez que pienso eso me remueve una cuestión afectiva muy grande. Que es, capaz, lo que me sigue haciendo rescatar el carnaval al menos de ese lado.

—La Catalina no nace de un barrio puntual, pero ya eran amigos cuando arrancaron la murga. ¿De dónde se conocían?

C. G.: Había una murga, Eterna Madrugada, que Yama (Yamandú Cardozo) era el utilero y salían varios que estamos hoy en la murga. Y nosotras éramos las primas de la novia del bombista, y fuimos unas veces. Al otro año salió otra murga, La Clarinada, con Yama y más o menos los mismos integrantes, y seguimos yendo. Ahí Yamandú tenía la idea de tener una murga: tenía nombre, tenía logo pero no tenía la murga. Y empezó a decirles a todos: "¿Quieren salir?", hasta que un día ensayamos. Vito no se animó.

V. G.: Estaba ahí, pero ese paso no me animé a darlo. ¡Éramos chicos! Yo tenía 17. Nunca habíamos salido en carnaval ni hecho un taller de teatro, de canto. Y como nosotras, la gran mayoría. Pero éramos amigos.

—¿Qué recuerdan de la primera salida con la murga?

C. G.: Me acuerdo bastante porque tenemos fotos de esa actuación en una carpa de la Intendencia, en el complejo Vicman. Era como el acontecimiento.

V. G.: Mi primera salida fue al año siguiente; arrancó Martín (Cardozo) también y Rafa (Cotelo). Ahí empezó de verdad la murga (se ríe). Y ese año nos presentamos en Murga Joven, ganamos y como parte del premio tenías la posibilidad de pasar al Carnaval dando prueba de admisión sin pagarla. Era la oportunidad.

C. G.: No estábamos tan preparados para eso, pero era terrible regalo. Tratar de entrar al Carnaval sin tener que juntar esa plata, que era un montón, era buenísimo.

V. G.: Éramos rechicos, era todo una aventura. Y entramos en Ligulla.

—¿Lo veían como un juego?

V. G.: ¡Era un juego! Era entrar al Carnaval, ya eso era ganar. Formar parte de eso, ir al Malvín a cantar, subirte al camión, recorrer los barrios... Ibas ganando día a día.

—¿Cómo recuerdan que el Carnaval recibió a aquella Catalina de chiquilines atrevidos?

C. G.: Al principio era divino, decían: "Qué lindos los nenes".

V. G.: Era precioso, era eso: estos chiquilines nuevos que traen aire fresco, que se lo toma de otro lado, que están desestructurando la cuestión. Era simpático. Y después cambió. Nunca el carnaval nos rechazó, nunca sentimos el rechazo de un colega; pero sí fue cambiando esa concepción de: "vengan, compartan, forme parte".

—Y después ganaron, incorporaron la figura de Pepe Mujica, y mientras ganaban el cariño de la gente aparecían las críticas duras. ¿Eso, ganar detractores, fue el primer golpe con la murga?

C. G.: Siempre nos reímos con Coco Rivero, que nos confesó que en ese momento decía: "¡Nos ganó una murga de Hering y championes!". Pero claro, ganar y escuchar comentarios de gente que se empezaba a dar vuelta, que no le gustaba lo que estaba pasando, no estaba tan bueno. Pero una cosa no llegaba a empañar lo otro.

—¿Cuando arrancaron había mujeres concursando en murga?

V. G.: La Catalina es la primera murga que gana con tres mujeres. Había mujeres, Araca ganó con Mónica Santos, pero con tres mujeres —y estas tres, que no éramos figuras,— fue bastante raro, movilizante. Y dentro de la Catalina se da un equilibrio, a pesar de que es un género que desde el principio es de hombres y machista.

C. G.: En Murga Joven viene implícito que tiene que haber un lugar para las mujeres, pero en Carnaval todavía ves gente que no le gusta eso.

—Igual, que ustedes salgan en murga le abrió la puerta a una nueva generación.

C. G.: Ojalá haya inspirado a alguien. Ojalá porque si lo viven como lo vivimos nosotros, van a pasarla bien.

V. G.: Cuando terminás de actuar siempre hay alguien que se te cruza y te grita: "¡Arriba las mujeres!". Y eso siempre está bueno.

—Carolina, te convertiste también en la maquilladora de la Catalina. ¿Cómo se dio eso?

C. G.: Siempre que podía le daba una mano a nuestra maquilladora, en 2007 me puse a estudiar, y cuando ella no pudo salir más, en 2011, me metí yo. Estaba bueno porque era un lugar menos para las giras, y le empecé a agarrar la mano, el gustito.

—Y también has hecho el vestuario de La Gran Muñeca en los dos últimos años.

C. G.: Sí. Yo estudié diseño e hice el trabajo final con una modista. Y en diciembre de 2015, el día de nuestro Teatro de Verano por Un día de Julio, me llama la modista, Graciela, para hacer el vestuario de La Gran Muñeca.

—¿En diciembre para hacer el vestuario para febrero?

C. G.: Se habían quedado sin diseñadora. Encima les decía eso, ¡que me lo decían con un mes! En ese momento corté, hablé con mi hermana, la llamé y le dije que sí. Todo lo que había hecho eran tres prendas. Me puse loca pero me tiré, porque era la oportunidad. Si la perdía, la perdía para siempre tal vez. Pero estuvo buenísimo. Y ahora tengo mi marca de ropa.

—Vos, Victoria, ¿das clases como profesora de literatura?

V. G.: No. Hice suplencias pero nunca tomé horas, porque no puedo hacer eso con lo de la murga.

—Como hermanas, la murga les ha exigido una convivencia mayor y en diferentes circunstancias. ¿Cómo viven eso?

C. G.: Bien. A veces estresa, porque a la hermana se le dice todo y cuando hay que descargar, es la primera. Estamos bien en familia, y los que no somos familia somos recontra amigos. Es una familia de verdad.

V. G.: También hemos hecho muchos duelos, reales y afectivos. Y somos amigos de los amigos, y a la vez amigo del entorno.

—¿Y cómo es ser la pareja de Yamandú conviviendo con él en la murga, y conviviendo también con sus seguidoras?

V. G.: (Se ríe) Es todo orgánico. Hemos tenido que aprender a convivir, no sólo en la casa sino en la murga y en los viajes, en el trabajar juntos. Es un aprendizaje y después está esa otra parte (se ríe), que hay que tolerar y entender. Pero cuando hay amor y respeto, es más fácil. A mí no me gusta pensar que estoy en la murga por esto, porque no, y no sé qué tan bueno es que todo sea un gran todo; que mi trabajo sea mi vida, que el trabajo de él sea mi vida. Por ahora nos ha funcionado, hemos entendido la mecánica.

—Que es la forma que conocen, porque no han tenido otra.

V. G.: Sí. Y también es eso: el proyecto de vida de Yama es la murga, y en ese proyecto quiere integrar a todos sus afectos porque para él es lo ideal.

C. G.: Es que si Vito no sintiera la murga como la siente, como una casa, no podría seguirle la vida a Yama.

—¿Y vos con Martín, Carolina?

C. G.: Estuvimos nueve años, mucho también, y nos separamos. Pero seguimos en la murga juntos: amigos, hermanos y compañeros de trabajo. Por suerte nos llevamos bien, somos compatibles como personas y compañeros, y fue más allá que una pareja.

—El 27 y 28 de abril van a hacer Un día de Julio en Landia. ¿Cuánta vida le queda a Julio?

C. G.: Yo creo que no mucho más.

V. G.: Es que a Julio, en Montevideo nomás, lo hicimos cinco veces. Creo que fue demasiado. Y en el interior hicimos la gira nacional, además de haber ido otras veces.

—¿En la interna se habla del concurso, o no se dice nada?

C. G.: ¡Siempre se habla!

V. G.: Cada vez que llega carnaval se reavivan las ganas. La gente ahí se acuerda que no estás y no hay una persona con la que te cruces que no te diga algo. Siempre está sobre la mesa, siempre están las ganas, no estamos cerrados. Nunca dijimos nunca más.

—¿Extrañan salir en carnaval, estar ese mes compartiendo cada noche con sus compañeros, recorriendo tablados?

V. G.: Se extraña sí. Haciendo un balance, una de las cosas que más extrano es la llegada a los tablados populares, que con un espectáculo independiente es muy difícil de hacer. Y otra cosa que se extraña es eso, condensar en un mes un montón de cosas.

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Foto: Fernando Ponzetto

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