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Natalia Oreiro a punto de cumplir 40 años: "Me siento de 15 o 18"

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Foto: Leo Mainé

Perdió el anonimato con 12 años y aún extraña pasar desapercibida. Natalia Oreiro hizo una publicidad de tampones y era “la de la tele” en el liceo. Cruzó el charco con 16 años. Dejó familia, amigos y un noviecito en Uruguay. Vivía en la pieza de servicio de una señora mayor y llamaba a su casa cada noche desde el teléfono público de la cuadra. No sufría. El mayor sacrificio lo hicieron sus padres. Ella iba decidida a comerse el mundo. La fama no la deslumbraba. Soñaba con actuar desde que se disfrazaba con los retazos que encontraba en el ropero de su abuela. El Iris de Platino es un premio a esas ganas y perseverancia que le permitieron triunfar en el mundo.

—Empezaste a estudiar teatro con tu maestro de sexto de escuela, Julio Giordano, y el primer camino que encontraste fue la publicidad, ¿si volvieras atrás repetirías la historia?

—Sí. Fue mi destino, aunque también se construye. El ojo de Julio, su confianza y su aliento me incentivaron: quizá lo hubiera hecho igual pero me hubiera llevado más tiempo decidirme.

—¿Con diez años ya sabías que era tu vocación?

—Era muy chica para tener absolutamente claro qué iba a hacer por el resto de mi vida pero me encantaba. Al principio lo vivía como un juego, pero siempre tuve consciencia de que tenía ganas de viajar, conocer otras culturas y que eso lo podía lograr a través de mi trabajo. Mi hermana a veces me recuerda que yo quería ser embajadora de chica porque te permite viajar.

—Tu primer trabajo fue una publicidad de tampones a los 12, ¿cómo te sentiste en el casting?

—Era algo natural. No lo viví con presión. Me lo tomaba más como un juego, de hecho seguía estudiando, pero me preparaba. Mi mamá es peluquera y siempre me hacía algún peinado para los castings. En mi casa no lo veían como algo raro pero tampoco como una salida laboral. Era algo que me divertía hacer y me lo permitían.

—¿Te pasó de no quedar en muchos castings antes de ese?

—Ni me acuerdo. Pero lo que me empezó a pasar cuando ya tenía publicidades en el aire era que iba a los castings y las productoras me decían que yo ya estaba con algún producto y el cliente no me iba a aceptar. Entonces le pedía a mi mamá que me cortara el pelo, me hiciera la permanente o algo, volvía a presentarme y quedaba.

—Has cambiado varias veces de look: pelirroja, rulos, flequillo...

—Sí, me gustaba mucho, sobre todo de más joven. Lo tomaba como una composición: hacía un personaje y necesitaba que se viera distinto al anterior para que la gente no lo relacionara. Entonces me ponía a pensar en qué lugar había nacido, cuáles eran sus vínculos, sus gustos, la época. El cambio en el pelo era algo que tenía muy interiorizado y naturalizado por mi mamá.

—En el 93 ganaste el concurso Súper Paquita. Le contaste a Xuxa que te presentabas por Andrea, una pariente tuya discapacitada, que se ponía feliz cada vez que veía el programa, ¿fue así?

—No se llamaba Andrea. Me puse tan nerviosa que dije cualquier nombre. Era la ahijada de mi papá, Rosita. Pero cuando tuve a Xuxa delante fue como si hubiera visto a un ovni. En realidad era algo que yo quería hacer, pero me motivó cuando vi cómo ella trataba a los chicos con capacidades diferentes: tenían un sector especial y era muy amorosa.

—Lloraste mucho cuando Xuxa te colocó la galera blanca y te coronó campeona…

—Lloré por lo inesperado. Lo bueno de no tener expectativas es que la vida te sorprende. Cuando uno le pone demasiada expectativa a algo y las cosas no salen, se frustra. Me emocioné mucho cuando me dieron la bandera de Uruguay: sentía que no solo había quedado elegida yo, sino que representaba a mi país porque competía toda América. Además había viajado con mi hermana, la veía a ella llorando a los gritos y era realmente conmovedor.

—Esa vez dijiste que primero iba el amor, después la familia, la profesión y el dinero, ¿seguís manteniendo ese orden?

—Yo creo que el amor es la máquina que hace mover el mundo. Por el amor también existe la familia y uno elige la profesión, al menos en mi caso que puedo elegir de qué trabajar, si así se le puede llamar a mi profesión. Hoy, que estoy por cumplir 40 años, la palabra amor es mucho más amplia de lo que podía llegar a entenderla a los 15 años. El amor a un hijo es lo más alto que a una mujer le puede pasar.

—¿No sentís que tu profesión sea un trabajo?

—Trabajo muchísimo, no es que no lo sienta, no me canse o no haga esfuerzo; me apasiona lo que hago, le pongo mucho de mí y termino agotada. Lo que pasa es que cuando te dedicás a algo creativo te reconforta tanto que no existe la rutina: interpretás distintos personajes, viajás por el mundo, conocés otras culturas. En el estricto sentido de la palabra es un trabajo porque es remunerado y de eso vivo, pero a la vez, es como un juego: con ciertas premisas y más responsabilidades es lo mismo que hacía cuando me disfrazaba en la casa de mi abuela y creía que era actriz.

—¿De qué te disfrazabas?

—De lo que encontrara: maestra, verdulera, secretaria, enfermera.

—Te fuiste sola a Argentina con 16 años, ¿qué pensabas en ese viaje, durante ese trayecto?

—No me acuerdo qué pensaba en ese momento. A veces me dicen, ay eras tan chiquita y sufriste y la verdad que no. Yo estaba yendo a cumplir un sueño, era todo nuevo, era lo que quería hacer, tenía el apoyo de mi familia, era fantástico. Con mis padres viajábamos una vez por año a Buenos Aires y yo caminaba por calle Corrientes, veía los teatros, las luces y estar ahí era soñado. Dejé a mis amigos, terminé con un noviecito, extrañaba a mis padres, pero estaba tan contenta que nunca lo tomé como un pesar. No tuve ningún momento doloroso en esa transición.

—¿Vivías sola?

—Viví en la casa de una señora de edad que me alquilaba la pieza de servicio y era como mi tutora.

—Ibas decidida a comerte el mundo, ¿conseguiste lo que fuiste a buscar?

—Sí, cuando era chica no me paraba nadie. Tenía muchas ganas y creo que eso es la principal motivación. Para mí primero van las ganas y después el resto. Me sobraba energía, ganas de hacer y de aprender. Si bien había estudiado, mi desarrollo más grande sucedió en Argentina gracias a que mucha gente con la que trabajé me cuidó, me enseñó y me vieron pasta. Notaban que yo le ponía mucha garra y les caía tan simpática que me terminaban dando letra porque no paraba de hablar, maquillarme y actuar. Decían, ¿quién es esa uruguaya que no deja de moverse? Denle un personaje.

—Te tendieron una mano…

—Sí, y en ningún momento sufrí. Yo creo que el sacrificio y sufrimiento lo llevaron más mis padres, por el miedo y la incertidumbre. Yo viajaba todos los fines de semana pero no dormía en casa entre semana. Entiendo que para ellos debe de haber sido mucho más duro. Si mi hijo en diez año se va a otro país me muero.

—Cuando a los rusos les preguntan cuál es su súper héroe, varios responden la "Cholito", tu personaje en Muñeca Brava (1998) ¿qué significó ese rol para vos?

—Fue la llave para llegar a lugares que sigo regresando: Rusia y muchos países de Europa del Este. Fue el primer personaje que tuvo mucho de mí desde todo punto de vista: su personalidad e incluso la historia tenía que ver conmigo, y yo proponía ideas. Mientras lo hacía no era consciente de lo que estaba sucediendo con el personaje, fue después. Hoy todo es mucho más rápido: internet y las redes hacen que todo explote en el momento. A veces pienso que muchos chicos quieren dedicarse a esto para que la gente los conozca. Y yo nunca lidié con eso: no lo imaginaba, no era mi búsqueda. Ahora por ahí se pierde un poco el disfrute de aprender, prepararse y ser anónimo, que es lo único que extraño. Yo trabajo desde muy chica. Ya a los 12 años hacía comerciales y era la de la tele en el liceo, pero no de forma tan masiva como hoy. Lo que puedo llegar a añorar más es que la gente no me mire de la forma que yo miraba a Xuxa, como un ovni.

—¿Alguna vez has sentido eso?

—Sí, yo igual hago una vida absolutamente normal. Tengo un trabajo extraordinario con una vida ordinaria, pero también por elección. Yo salgo a andar en bicicleta, llevo a mi hijo a la escuela todos los días, voy adonde quiero y soy yo. Si no sería una pena perderse lo más lindo de la vida. Pero a veces me gustaría pasar un poco más desapercibida.

—Siempre repetís que la música apareció sin querer en tu carrera, ¿fue tan así?

—Sin querer no pasa nada en la vida. Las cosas se dan por algo. Pero fue sorpresivo. No era consciente. Mi mamá siempre cantó muy lindo, la música estuvo siempre en mi casa. En la escuela participaba del coro, nunca fui voz líder ni mucho menos, pero me gustaba mucho y lo veía como un buen complemento de mi profesión. En el casting de Un argentino en Nueva York (Juan José Jusid, 1998) me preguntaron si cantaba y contesté, yo todo te digo que sí y después vemos. Preparé una canción y quedé. Luego me hicieron grabar Que sí, que sí: fue mi primer tema, se convirtió en hit y la compañía me ofreció hacer un disco. Fue absolutamente inesperado.

—Grabaste un disco, giraste por el mundo, atravesaste una crisis vocacional y decidiste dejar de cantar…

—Sí, fue una crisis en general. El ser humano vive en crisis. Yo tenía muy claro que quería ser actriz pero la parte musical cayó de sorpresa por lo masivo. Empecé a filmar Muñeca Brava y como era la banda sonora de la novela esperaban que yo fuera a cantar en todos los países que se emitía, que fueron más de 80. Y así fue: por tres años no paré de viajar, hacer giras, y sentía que me estaba alejando de mi verdadera vocación que era ser actriz. Yo quería interpretar personajes distintos, pero tenía que irme a Los Ángeles para grabar un disco nuevo. Y en un momento dije, paren el mundo que me quiero bajar.

—Pretendías profundizar en la actriz, ¿te llegaron los roles que tanto querías?

—Me llegaron también porque tuve ganas de salir a buscarlos. En la vida podés tener suerte, que yo la tuve, pero con eso no hacés mucho. Siempre tuve mucha pulsión. En un momento empecé a necesitar no repetirme. Cuando te va bien con algo es muy difícil que el afuera acepte que querés cambiar: ¿por qué? Si esto nos gusta. Y siempre pensé que el repetirse a uno mismo podía tener fecha de vencimiento sobre todo por lo aburrido, porque uno empieza a querer otras cosas, a fastidiarse, y pretende dignificar su profesión. Así fue que durante un tiempo decidí no hacer tanta televisión y dedicarme al cine más independiente que me permitía desarrollar roles más riesgosos e ir por otros desafíos.

—¿Cuál fue el quiebre o el punto de inflexión en tu carrera?

—En televisión sin duda fue Muñeca Brava. En cine creo que sucedió con Infancia Clandestina (Benjamín Ávila, 2012), una película muy dramática con un rol absolutamente diferente a lo que se conocía de mí. Tocaba un tema muy sensible porque estaba inmersa en la dictadura y tuvo mucha difusión. Gilda, no me arrepiento de este amor (Lorena Muñoz, 2016) fue un quiebre porque hasta ese momento yo hacía proyectos muy populares y otros de mayor prestigio, alternativos o independientes. Con Gilda pude unir ambas cosas: fue una película con mucho éxito comercial y muy prestigiosa.

—Soñabas con interpretar a Gilda. Te llegó el papel, recibiste elogios, te reencontraste con la música y volviste a cantar en vivo en el Río de la Plata...

—Gilda fue la excusa para volver a cantar, pero era algo que yo no quería hacer. Me venían ofreciendo tocar en Uruguay yo decía, ¿qué voy a cantar?, ¿un disco de hace diez años? Tenía necesidad de seguir haciendo más personajes como actriz. La excusa fue Gilda porque siempre fui fan de ella, en mis recitales cantaba una o dos canciones suyas y la homenajeaba en las novelas. Con la película sentí que era el momento: tuve las ganas y las fuerza de volver a hacerlo.

—Hiciste varios recitales cantando canciones de Gilda después del filme, ¿cómo fue soltarla?

—La solté cuando terminé la película. Fue un proceso muy largo, profundo, de mucha investigación y compromiso, pero arriba del escenario era un homenaje, bien distinto a mi actuación en la película. Lo decidí así porque vestirme como Gilda y tratar de imitarla hubiera sido muy injusto con ella, conmigo e incluso con la película. Siempre dije que lo mío era un tributo, de hecho el vestuario y la puesta eran diferentes. Necesitaba que pudiera convivir con mi historia musical.

—A mitad de año vas a filmar una comedia de Martino Zaidelis que aún no tiene título, ¿qué te entusiasmó del proyecto?

—Tenía ganas de volver al cine con una comedia después de Gilda, Wakolda (Lucía Puenzo, 2014), Infancia Clandestina y la tira Entre caníbales (Telefé, 2015). El laburo y la búsqueda son iguales pero me gusta que la gente se divierta conmigo y es algo que hacía en televisión, no tanto en cine. Se trata de una ópera prima de Marcelo Zaidelis y eso me entusiasma porque siento que los directores en sus primeras películas ponen todo.

—¿Extrañas la televisión o preferís dedicar ese tiempo a tu hijo, Merlín Atahualpa (5 años)?

—Prefiero pasar más tiempo con mi hijo. La televisión es un medio buenísimo, me divierte, pero te consume mucho; en general son diez meses de corrido. El cine es más acotado: sabés que son dos meses de rodaje y otros dos de ensayos. El caso de Gilda fue excepcional porque estuve muy metida en la producción y el post, hice toda la música y me llevó más de un año. La televisión, además, implica más exposición y eso influye.

—Sos madrina de la Peluffo Giguens en Uruguay, trabajás en fundaciones para la lucha contra la leucemia en Argentina y participaste de las campañas de Avon alza la voz contra la violencia de género y la lucha contra el cáncer de mama. Se nota que te interesa la concientización social.

—Siento que difundir ciertas causas importantes es un deber de los que tenemos un micrófono delante. Al receptor quizá le llame más la atención escucharlo de voz de un artista que de un médico porque te quiere a través de un personaje.

—Tenés un campo en Carmelo donde pasás mucho tiempo, ¿te gustaría irte a vivir allí?

—No lo descarto, pero por ahora está bueno ir de vez en cuando. Carmelo es mi cable a tierra porque cruzar el charco me conecta con mi raíz y con mi esencia. El campo, además, me da mucha felicidad y me hace bajar la adrenalina diaria. Me gustan las plantas, los árboles y a mi hijo le encanta. Hoy, por ejemplo, subimos a la Sierra de las Ánimas para festejar el cumpleaños de mi ahijado y en medio de un bosque autóctono uno de los niños preguntó, ¿qué es ese árbol todo pinchudo? Y mi hijo respondió, es un palo borracho, me lo enseñó mi papá.

—En Rusia se saben tus canciones de memoria y las cantan en español. Tu popularidad es mundial, ¿cuál es el plus de recibir el Iris de Platino en tu país?

—Poder recibir un premio y que me acompañe mi mamá es súper lindo y emotivo. Yo siempre sentí que el uruguayo se ponía muy contento en relación a mis logros en el exterior. Ayer un amigo me decía, son 28 años de carrera. Saqué la cuenta y es cierto. Pero yo siento que tengo 15 ó 18 años. No soy consciente de que cumplo 40, pero no porque me haga la pendeja, sino porque siento que recién crucé a vivir a Buenos Aires, que la estoy peleando, como que siempre empiezo de nuevo, busco algún desafío. Este premio es un reconocimiento a la perseverancia, al esfuerzo, a las ganas, al reinventarse.

—¿Te sentís querida en Uruguay?

—Sí, muy querida. Viajo todos los meses, mis padres viven acá, soy imagen de Anda y embajadora de Unicef para el Río de la Plata desde hace años. Canté en el Teatro de Verano en diciembre y en la fiesta del Mate el mes pasado y fue hermoso. Es algo que se siente, no lo podés fabricar.

Madre e hija.

El Iris de Platino fue una sorpresa para el público pero Natalia Oreiro supo que se lo entregarían unas semanas antes. Recibió la noticia feliz y cambió la fecha de un show para poder asistir a la fiesta el 2 de abril. "Tengo un Iris por Miss Tacuarembó. Si me preguntás, no siento que lo merezca, pero si me lo dan, lo acepto", dijo. La presencia de Mabel, su mamá, en el Ballroom del Radisson fue un plus que la llenó de alegría y emoción.

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Foto: Leo Mainé

EntrevistaMARIEL VARELA

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