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Maduro entre nosotros

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El FA tiene en su seno el talante y el ADN del chavismo de Maduro aunque su comportamiento responda más al humor rioplatense que al delirio tropical. La improvisación es la regla y el enojo de los ministros la respuesta ante simples reclamos de la ciudadanía.

La democracia no es una definición teórica, es un sistema de construcción permanente. No sólo es una Constitución que declara derechos fundamentales preexistentes, sino la consagración del Estado de Derecho, un compromiso asumido por la ciudadanía que da sustento a la vida de la República y a la estabilidad de las instituciones custodiadas por el principio de separación de poderes.

Por otra parte, no hay democracia con partidos políticos débiles. Los partidos justifican los liderazgos, y no estos los que los sustituyen o los fragmentan.

En consecuencia, el líder es una expresión humana que proyecta a quienes se distinguen por sus cualidades de conductores; las cabezas de una propuesta de gobierno respaldadas por el tronco disciplinado de un Partido.

De esta manera, los sectores de los partidos son la diversidad que tiene en la vida democrática interna. Las mayorías y minorías de una colectividad política conforman la voluntad del Partido haciendo de su voluntad la expresión de una vida tan discutida como armónica.

Sin embargo, la crisis que el sistema político enfrenta hoy en las sociedades democráticas refleja un divorcio de la voluntad ciudadana; el pueblo se manifiesta respetando la legalidad pero invadido de un sentimiento de desconfianza y rechazo por todos los actores políticos. Y nuestro gobierno es un buen ejemplo.

Por ese camino va el Uruguay. El Frente Amplio es oficialismo y oposición; lucha de clases y rasgos republicanos; anarquía y disciplina; concentración de poder e independencia de la Justicia; transparencia y corrupción. En definitiva, el escenario de una lucha interna que sacrifica derechos, debilita las instituciones y sólo se aplaca cuando los jirones de la legalidad amenazan con una ruptura total.

El FA tiene en su seno el talante y el ADN del chavismo de Maduro, aunque su comportamiento responda más al humor rioplatense que al delirio tropical. Los presidentes tienen algo en común aunque visten distinto: uno con coloridos estridentes, salsa y ron en su cadencia y sus venas, y otros desde la desproljidad de Mujica hasta la cuidada elegancia de nuestro actual Presidente.

Sin embargo, todos son cómplices en la destrucción de la institucionalidad y de las garantías constitucionales. Mientras en Venezuela las Fuerzas Armadas con el puño cerrado proclaman el Socialismo Siglo XXI asociado a la corrupción y al crimen organizado, en nuestro país se intenta destrozarlas porque se resisten a someterse a un disimulado dogmatismo ideológico. Las milicias bolivarianas son fuerzas civiles dotadas de coerción por el propio gobierno, y nuestro Pit-Cnt el abanderado de una ideología totalitaria tolerada por el gobierno para no perder respaldo electoral.

El precio que estamos pagando es muy alto. Las leyes inconstitucionales se suman sin el mínimo decoro. La seguridad jurídica se ha sacrificado; con el ánimo de recaudar se incumple con las obligaciones internacionales y se expone al país a represalias que nuestro comercio internacional debería evitar. La seguridad muestra una gran contradicción; el Ministerio del Interior aumenta su capacidad de fuego y se enfrenta a un asalto de proporciones en la frontera con Aceguá advertido previamente por las autoridades del Brasil.

La improvisación es la regla y el enojo de los ministros la respuesta ante simples reclamos de la ciudadanía. Lo cierto es que el tragicómico Presidente Maduro se nos representa en cada acción de gobierno, en otro estilo, pero haciendo realidad lo que se afirmó respecto de que lo político está por encima de lo jurídico.

El cinismo del vicepresidente Sendic tiene compañía en casi todos los ministros del gobierno, y en particular, el contador Astori que con académico discurso registra cifras que nos arrastran a una inestabilidad macroeconómica de las más serias que haya el país atravesado. Recaudar es una obsesión y gastar una adicción. Si los manuales que el equipo económico aplica siguen un método parecido a los de la educación sexual, la población no podrá identificar qué valores deben preservarse para intentar alcanzar una prosperidad cada día más comprometida. No hay que confundirse; impregnado de un estilo rioplatense el dictador Maduro nos ha contagiado.

La inseguridad jurídica y la corrupción se instalaron; el gobierno las acepta y las tolera. Maduro y sus secuaces en la política uruguaya sin tanta locuacidad y estridencia nos han minado el antiguo capital ético que mostraba nuestra institucionalidad.

Ante este panorama, la oposición tiene una seria tarea. Es preciso que la entienda y la ponga en práctica. No se trata sólo de ganar sino de salvar al país.

No es exageración.

EDITORIAL

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